CRÓNICAS “APÓCRIFAS” DE UN PEREGRINO MEDIEVAL
QUINTA ETAPA – EN RUTA HACIA VALDOLEA
No hacía sol: una densa niebla meona desdibujaba el paisaje. Se cortaron una buena rebanada de pan, llenaron la cantimplora en la fuente y se pusieron pies a la obra. Al salir de San Vicente de Villamezán pasaron junto a una huerta de frutales donde destacaba a pie del camino un manzano que nada tenía que envidiar al árbol del bien y del mal. Guillaume de un salto se subió a lo alto de la tapia mientras Jacques dibujaba un cierto mohín en su cara. El asaltante llenó su fardel de manzanas y volvió al camino.
-Te ha parecido mal, verdad? Imperiosa necesidad. Tú no sabes en verdad lo que es el hambre. ¿Te has preguntado alguna vez si los siervos y payeses de tu señorío pasan hambre? ¿Serías tan rico sin su pobreza?
Un silencio duro e incómodo desconectó a los dos peregrinos. Les pareció bien no decirse nada y rumiar cada uno sus pensares y contradicciones. El camino se ondulaba sobre tesos y vallinas. Arija ya estaba acerca y divisaron los primeros meandros del río Ebro.
-El gran río de los íberos-comentó Jacques para salir de aquel largo e incómodo silencio-. Aquí lo vemos recién nacido pero muchas leguas más abajo se transforma en un caudaloso y amplio río que vierte sus aguas en el Mare Nostrum que decían los romanos. Guillaume no sabía casi nada de los romanos salvo alguna historia que su abuela le había contado sobre Espartaco y los números del circo romano.
-Quizás hoy si las piernas nos aguantan llegaremos a las ruinas de una vieja ciudad romana llamada Julióbriga. Aún se conservan algunos muros y parte del teatro.
El presidiario peregrino vio en su imaginación al emperador romano mostrando su dedo pulgar hacia abajo . ¿Era también él un gladiador vencido? Intentó apartar sus pensamientos perdiendo la vista sobre la campiña que cerraba en el horizonte un modesto montículo. Jacques señaló con el dedo:
-Allí está Julióbriga. Algunos de estos caminos formaban parte de las vías romanas que iban hasta el Cantábrico. Me imagino los carros romanos resonando en estos mismos caminos que nosotros pisamos. ¿Quieres que subamos a verlo?
Guillaume negó con la cabeza mientras avanzaba por el valle. En las inmensas praderas pastaban caballos de patas poderosas y algunas vacas de ubres generosas. Estaban en Olea. Se adentraron en el pueblo. Al cruzarse con un vecino que llevaba sus vacas al abrevadero le preguntaron dónde podrían pasar la noche:
-En la tenada de mi pajar. Hoy el día está desapacible. Mi casa es aquella de los portones. Espérenme sentados en los poyos de la entrada.
Enseguida regresó. Poco a poco iba entrando la noche. Pasaron al zaguán y el campesino les enseñó la parte de las cuadras.
-Arriba estarán muy bien: el calor del ganado sube y se agradece. Buenas noches.
Subieron por una escalera portátil y miraron de instalarse sobre las hojarascas. Aquello les pareció mejor que muchas posadas. Guillaume abrió el fardel y ofreció a su amigo dos manzanas:
-Va. No te dé vergüenza, que no son robadas, solo son adquiridas con malas artes –dijo guiñando el ojo.
Se desembarazaron de las botas mojadas, se desearon buenas noches y se echaron a dormir. Aún andaban parpadeando cuando vislumbraron una luz macilenta que se acercaba. Era la dueña que se alumbraba con un farol y llevaba en la otra mano una especie de pote.
-Buenas noches. ¿Ya se han acostado? Les traigo un caldo de berzas que seguro que les hará buen cuerpo en esta noche más que fresca. Mañana me dejan el cuenco en la mesa del portal. Nosotros madrugaremos mucho para subir a la braña. Que descansen.
Guillaume bajó a recoger el sopicaldo y aprovechando la última luz del farol subió con él a la tenada. Se lo fueron pasando el uno al otro sorbiendo con fruición.
-Sabes, Jacques, hay buena gente en el mundo y yo no lo sabía. Felices sueños.