CRÓNICAS “APÓCRIFAS” DE UN PEREGRINO MEDIEVAL
DÉCIMA ETAPA – ENTRE RÍOS VA EL CAMINO
El día amaneció ventoso. Tras recoger su pequeño ajuar, se comieron los últimos higos secos y convinieron que lo mejor sería bajar en busca de una venta donde poder desayunar unas buenas sopas de ajo. Guillaume cojeaba ostensiblemente por el dolor.
-Deberías detenerte en el hospital que hay al otro lado del puente del Mercadillo- le recomendó Hermenegildo. Al fin y al cabo vamos a tener que separarnos porque yo quiero bajar hasta Modino para pasar la noche en el monasterio de San Pedro de Foncollada donde reside un tío abuelo mío que me dará cartas para el deán de Santiago.
En el centro del pueblo encontraron lo que buscaban. Hermenegildo pidió las sopas con torrezno y el franco con un huevo escachado. Tan bien les asentaron las afamadas sopas que salieron del local dejando escapar descaradamente varios regüeldos. Tomaron el sendero que seguía el margen del río Esla hasta el paso del Mercadillo. Se despidieron a la entrada del hospital deseándose mucha suerte. Entró dentro. Enseguida le atendió el hospitalero que al ver el pulgar de su pie derecho meneó la cabeza.
-Tendré que hacerte una pequeña saja, lo limpiaré y te lo protegeré con una cataplasma de cebolla.
Hecha la cura se sintió un tanto aliviado y con ánimo de seguir adelante. Tomó el camino que lleva hasta Yugueros y allí le explicaron con mucha amabilidad y disposición la ruta a seguir para llegar al señorío de las Arrimadas: una torre de vigilancia y una iglesia en construcción le serviría de señal. Era ya la hora de tomar las diez, cuando tras coronar una loma se topó con la referida torre a cuyo amparo se estaba construyendo la iglesia de Santa Marina. Justo en ese momento los canteros estaban sentados en la explanada liados con su merienda mañanera. Le invitaron a acompañarles compartiendo sus viandas. Le explicaron que, según contaban, aquella torre la habían levantado los templarios. Ahora el obispo de León era el señor de aquellos dominios. Podía subir hasta el voladizo del torreón si era su deseo. Poco a poco y cuidando su pie derecho ascendió hasta la plataforma de madera.
Era un espectáculo increíble: el otoño había incendiado el valle de rojos y amarillos, la vega de Boñar parecía una alfombra verde y allá al fondo, recortando el horizonte, los picos del Puerto de San Isidro. Una leve brisa le acarició la frente. Subido allá a lo alto comenzó a dudar de que la vida era una mierda.
-Pasado el pueblo de Barrillos se encontrará con la Puerta Gallega. Siga todo el valle abajo por el camino del Cordel de la Varga. No hace muchos días que acabaron de bajar de los puertos las meritas camino de Extremadura. Hoy te encontrarás mucha gente que va y viene de Boñar porque es la feria del Pilar. No en vano esta vía la llamamos el Camino de los Rocines. Nosotros no paramos hoy porque piedra que labramos, pieza que cobramos y la vida no está para bromas. Buen camino peregrino.
Guillaume bajó la cuesta y se encontró con cuanto los canteros le habían descrito. Hizo el camino muy bien acompañado de gentes con ganas de fiesta y con la esperanza de vender a buen precio cabritos, frutas, legumbres y grano para hacer más liviano el invierno. La ermita de San Roque, santo peregrino, daba la entrada a la Villa montañesa. Boñar era todo un bullicio: feriantes de ganado, puestos de frutos secos y embutidos, tahonas, paradas con ajuares del hogar, espectáculos circenses…Picó aquí y allá, se cepilló un cuartillo de vino, guardó en la mochila una cebolla asada y se pasó la tarde platicando con unos y otros. A todos les comentó la delicia de los hojaldres con aquel saborcillo a manteca de leche. Con la llegada de la noche todo se fue calmando. La plaza del mercado quedó cubierta de restos de comida y embalajes. Recogió unos jirones de tela que pensó que podrían servirle para encañar su maldito dedo. Algún que otro borracho dormía en los bancos de piedra. Se fue hacia los soportales donde se habían refugiado pedigüeños, pobres de solemnidad, saltimbanquis y bufones. Le pareció buena compañía para pasar la noche al abrigo del viento frío del norte.