CRÓNICAS “APÓCRIFAS” DE UN PEREGRINO MEDIEVAL
DÉCIMO CUARTA ETAPA – LA CAMPA DE SANTIAGO, UN HITO EN EL CAMINO
Apenas había salido el sol cuando Paco picó a la puerta. Le traía un tazón de leche con achicoria para almorzar y una encetadura de hogaza con un cuarto de queso de tetilla para aguantar el camino. Agradecido y emocionado Guillaume dio un abrazo de despedida al campesino y empezó el remonte de la collada. Llevaba andada como media legua cuando se topó con una fuente que vertía agua a borbotones. Supuso que aquel manantial había sido el causante de la sarta de desgracias de las Siete Hermanas. Sin apoyar demasiado su pie derecho siguió escalando aquella pendiente animado por la creciente magnificencia de paisaje del Valle Gordo. Por fin llegó a la cima. Impresionante : se imaginó el caballo blanco de sus sueños montado por Santiago; sobre la Campa dos ejército enfrentados a muerte, ruidos metálicos de espadas y escudos…Guillaume se frotó los ojos y desconectado de la visión percibió un inmenso silencio tan solo arañado suavemente por el piar de pardales y pimentoneras. Se dejó llevar por las piernas cuesta abajo entre los rumores del río Boeza. Pronto llegó a Igüeña donde reparó fuerzas sentado en un gran sillar de piedra que había junto al lavadero. Aún estaba comiendo cuando se le acercó un hombre que por su atuendo (iba embozado en una capa con conchas) entendió que era peregrino.
-También vas a Compostela?-le preguntó
-Efectivamente. Cumplo una promesa. Conozco muy bien la comarca ya que provengo de Tremor. Me gusta la compañía y tal vez te sea de utilidad. Me llamo Diego. Por ese sendero de la derecha saldremos a Labaniego.
Se pusieron en camino. Se interesaron el uno y el otro por la vida de su compañero. Hablaron largo y tendido. Diego le explicó el porqué de su promesa. Dijo tener una vaca como no había en el mercado de Bembibre. Pero un día la res enfermó. De nada sirvieron las hogueras rituales contra brujas y malos espíritus. El pobre animal seguía de mal en peor y los vecinos la dieron por muerta. Desesperado se encomendó a San Antón, pintó una cruz en la pared de la cuadra con sangre de una machorra y suministró a la vaca una infusión de manzanillón y ruda. Prometió al Santo que si curaba su “Bardina” haría el Camino de Santiago. Y hete aquí que se cumplió.
Cuando Guillaume explicó los motivos y peripecias de su viaje el compañero le miró de reojo y no pudo evitar un mohín.
Llegaron a un cruce de caminos y el peregrino de Tremor con cierto tono de superioridad y un toque de arrogancia le comentó:
-¿Ves aquel montón de piedras? Allí estaba plantada la Cruz Cercenada que Almanzor cortó por la cepa. Eso de las piedras viene de los antiguos que creían que dejando pedruscos en el lugar señalado los dioses les protegerían en el viaje. Por este camino de la derecha se puede ir a Oviedo, el de frente conduce a la Peña y este de la izquierda te lleva a Astorga.
Convinieron los dos en descansar un ratín sobre el montículo de cantos en el que también ellos dejaron su voto por si acaso. Al incorporarse, el dicho Diego dio un salto y blandió la navaja que llevaba bajo la capa. Guillaume, experto en armas blancas y su utillaje, se hizo cargo del trance. Conocía perfectamente la situación aunque siempre la había vivido del otro lado de la raya. Así que sin decir palabra metió mano en la faltriquera y extrajo la bolsita con la onza de oro. Tartamudeando articuló como pudo:
-¡Perdóname la vida, por favor!
El bandolero agarró fuertemente la bolsa y salió corriendo camino de Asturias. Guillaume reemprendió la marcha por el camino de enfrente sorprendido de su propia calma. Nunca había pensado hasta entonces en el valor de la vida y menos aún se había imaginado lo que significa sentirse vivo. Respiró hondo y percibió la caricia del último sol de la tarde que iluminaba aquellos montes negruzcos y peligrosamente pizarrosos. Ahora no tenía absolutamente nada, pero la indigencia no le dolía. Divisó el humo de las chimeneas de Labaniego y confió que el pequeño convento que fundara San Fructuoso le acogiera en su seno.