CRÓNICAS “APÓCRIFAS” DE UN PEREGRINO MEDIEVAL
DÉCIMO TERCERA ETAPA – HASTA EL FONDO DEL VALLE
Los cencerros y las esquilas le libraron de un agitado mar de pesadillas. Salió a aliviar la próstata, se comió cuatro nueces con un currusco de pan, un trago de agua más que fresca que las tripas no recibieron con demasiado agrado… El día era de esos que él llamaba de “huevo frito”: nubes blancas y sol jugando al escondite. Iba dándole vueltas a las pesadillas de la noche: se había visto en una hoguera de la Inquisición y una especie de vendaval le había arrancado del palo que acosaban las llamas. Por arte de magia se vio cabalgando sobre un caballo blanco que volaba sobre valles y montañas. Fueron las esquilas del rebaño las que lo derribaron del potro de sus sueños como le ocurriera a San Pablo (así se lo había contado un fraile carcelario). La visión del Castillo le llevó a un cambio de paso en sus pensamientos: se acordó de Jacques, de Renedo de Valdetuéjar…Ahora el terreno era bastante plano y la temperatura ideal para caminar.
El toque del Angelus del mediodía le sorprendió a la entrada de Marzán. Se sentó en la peana del crucero que le pareció un buen sitio para almorzar: cascó unas avellanas, una rebanada de pan, un pizco que le quedaba de cecina y una de las peras que había cogido en La Omañuela. Le pareció todo un festín. Y como de la panza sale la danza sus piernas le reclamaron estiramientos. Se detuvo unos instantes ante el humilladero: si hubiera sabido una oración habría rezado. El graznido de unos grajos le sacó de sus pensamientos. ¿Por qué no disfrutar de aquel otoño tan cálido en sus colores y templanza? Las horas habían pasado como un suspiro porque estaba a punto de cruzar un puente que tenía todas las pintas de haber sido construido por los romanos: era Vegapujín. Estaba ya muy cerca del fondo de aquel culo de saco que cerraban las montañas de Gistredo.
En un santiamén se plantó en Fasgar. A la entrada del pueblo vio a un grupo de hombres que rodeaban un artefacto que se semejaba a los potros de tortura que le eran familiares. Se acercó y comprobó que era un mecanismo que servía para sujetar las reses y así poder calzarles las herraduras con cierta seguridad. Saludó y observó con atención cómo el herrero aplanaba los cascos del animal y sujetaba las calzas de hierro con clavos. Los hombres se interesaron por el peregrino y uno que parecía más dicharachero le explicó:
-Pues ha de saber buen hombre que por estos cielos tan limpios voló el caballo blanco de Santiago que venía a enfrentarse con las huestes de Martín Moro Toledano. Además por la collada que lleva a la Campa subieron las Siete Hermanas del Bierzo…
Veo- cortó Guillaume- que estos lugares son tierras de leyendas fabulosas y de historias increíbles.
Como vieron que estaba interesado en aquellas cuervas el hombre parlanchín le invitó al filandón que comenzaba aquella noche en su casa. Cenaría con su familia y después de la reunión podría dormir en el entablado del cobertizo. La cita sería con el toque de ánimas. Guillaume para hacer tiempo se fue hasta la taberna con la intención de tomarse un pote de vino. Acudió a la cita con mucho interés y expectativa. Los huéspedes habían dispuesto la mesa con un cazuelo de sopa de cocido y una bandeja con medio botillo (allí lo llamaban llosco) guarnecido con berza y patata bien pimentada. Al peregrino le pareció aquello la mesa de la corte del Rey Arturo.
-A ver qué le parece este vino que me ha traído de Valdebimbre un arriero maragato. No será un burdeos pero calienta la barriga.
En la lumbre de la campana ardían unos buenos troncos de roble. Poco a poco fueron llegando los vecinos. Se fueron distribuyendo por la gran cocina: las mujeres remendaban sábanas, hacían calceta, bordaban paños, desliaban madejas …; los hombres se fueron sentando alrededor de una mesa cuadrada en la que dejaron una baraja extraña para Guillaume. Las cartas representaban monedas de oro, espadas, bastones de tortura y unas copas que le recordaban el Santo Grial. Paco, el dueño de la casa, saludó a todos y especialmente al huésped de honor y sin más comentarios comenzó a contar con mucha gracia aquellas historias que tod@s l@s lugareñ@s conocían pero que al recién llegado le parecieron maravillosas e intrigantes: la batalla de la Campa de Santiago, el cuento de la Griega, las aventuras de las Siete Hermanas y hasta incluso las hazañas de Bernardo del Carpio. Habían llegado a la media noche y no se cansaba de escuchar. Pero había que ir a dormir. Se despidieron y el peregrino se retiró al cobertizo y engurruñido sobre los tableros se quedó dormido pensando en todas las historias del filandón.