CRÓNICAS “APÓCRIFAS” DE UN PEREGRINO MEDIEVAL
SEXTA ETAPA – CAMINO SOLIATARIO HASTA ASGUILAR DE CAMPOO
El canto de los gallos los despertaron. Por las rendijas del alero se filtraron unos tímidos rayos de sol. Se calzaron, recogieron sus escasísimas pertenencias, comieron una manzana y se repartieron como buenos hermanos el rebojo de pan que aún quedaba. Descendieron al corral y dejaron en el lugar indicado la cazuela del caldo. Salieron a la calle que en aquellos momentos estaba desierta. Pronto dejaron el pueblo. Jacques parecía pensativo.
-Oye Guillaume, ha sido una bendición haberte encontrado en el camino. Pero esta noche he estado dándole vueltas en la cabeza al asunto y creo que vamos a tener que separarnos. No puedo aguantar este ritmo y estas estrechuras me ahogan. Tenías razón: hasta ahora nunca había saboreado el amargor de la pobreza. Quiero comprar un caballo para subir hasta Liébana y de allí tirar a Oviedo y Santiago por la ruta del rey Alfonso. Te daré dos onzas de oro que te ayuden a llegar a Compostela. Toma esta bolsita. Me acercaré a aquel caserío para hacerme con la montura. Buen camino, Guillaume. Tú también me has enseñando mucho.
Se abrazaron con emoción y por primera vez en su vida Guillaume fue consciente de que también él sabía llorar. De nuevo volvió a sentir la sensación de soledad, soledad como la de aquellas piedras enormes que veía clavadas en los campos de Valdolea. Ahora el tiempo era más lento. Por un momento se quedó mirando la bolsita de las dos onzas. Era la primera vez que le hacían un regalo y también por primera vez sentía lo que es el miedo a perder algo estimado.-La primera vez siempre te sacude. Era el mediodía cuando llegó a Henestrosas de la Quintanilla, capital de un señorío que le trajo a las mientes su buen amigo Jacques. Era día de mercado así que decidió comprarse algunas viandas para el camino. Tenía que desprenderse de una de las onzas, pero no sintió nada especial porque toda su vida había estado con lo puesto y era su manera de sentirse libre. Le devolvieron una veintena de maravedís, se aprovisionó de agua y reemprendió la marcha. A media tarde llegó a Bercedo.
Se sentó en el pórtico de la iglesia de San Miguel y se dispuso a merendar. A lo largo del camino recorrido había visto muchas iglesias con esas puertas labradas en piedra con adornos y figuras. Su buen amigo le había dicho que eran templos románicos y si él lo decía, sabiendo lo que sabía, es que era así. Reanudó la marcha. Llegó a un puentecillo donde un pastor de Cuena le explicó que lo habían hecho los romanos.
Era ya la tardecica cuando divisó las murallas de Aguilar. Entró en la villa por la puerta de Reinosa y se sentó en uno de los bancos de piedra de la Plaza Mayor. Un abuelete que de inicio le miraba con cierta extrañeza le comentó que en la taberna de Jacobo podría encontrarse con más peregrinos. Era sitio de buen yantar pero de vino bautizado. A Guillaume le pareció buena idea. Con aquel puñado de maravedís podía darse una alegría. Embocó la Calle Mayor y entró en la tasca: sintió una bocanada de fuertes olores a vino y carnes a la brasa. El local estaba casi lleno y descubrió un taburete vacío en uno de los rincones. De seguida se le acercó el posadero:
-Qué quiere el señor? Tenemos unas ricas perdices al horno y un exquisito churrasco de cordero a la leña. Por tres maravedís tiene una bandeja de carnes y una jarra de vino. Si es vasco apreciará nuestro buen servicio.
-No soy vasco. Simplemente peregrino que vengo del reino franco para visitar Santiago.
-Si quiere puede compartir mesa con aquel hombre que hay junto al mostrador. El también va a Compostela.
-Si es de su acomodo, que sea en buena hora.
Dicho y hecho. Sin muchos preámbulos los dos peregrinos se enfrascaron en una conversación tan suculenta como las viandas tan bien adobadas.
-Vengo de Santa María de Mave. Me llamo Hermenegildo. He salido de casa esta mañana. Espero llegar a Santiago antes de final de mes. He recibido una herencia de la que solo podré disponer una vez que haya recorrido el Camino de Santiago, debiendo oír misa cada día. Hoy dormiré en el monasterio de Santa María donde tengo una prima monja y un tío lego. Mañana después de laudes y al toque del Angelus partiré hacia Cervera. Si a esa hora estás allí compartiremos andanzas en buena compañía.
Guillaume le contó algunas de sus muchas peripecias y sobre todo el motivo de su peregrinación. Le enseñó a su nuevo compañero el legajo donde consignaba las jornadas. Llamó al ventero para que le firmara pero éste se declaró analfabeto por lo que untó con pez del odre de vino su pulgar derecho y selló el documento. Tras pagar la cena salieron a la calle. Todo era silencio y oscuridad. Se dieron la buenas noches y el uno encaró la calle del convento y el otro tras cruzar la puerta de Tobalina se encaminó hacia el puente sobre el río Pisuerga. Allá, bajo sus arcadas pasaría la noche acurrucado junto a unos matorrales.