CRÓNICAS “APÓCRIFAS” DE UN PEREGRINO MEDIEVAL
DÉCIMO SEGUNDA ETAPA – PASO A PASO POR LA OMAÑA
No había terminado de adecentarse cuando sintió picar a la puerta.
-Sus sopas, señor. Se las dejo en el banco. Que le aprovechen mucho y bien.
Guillaume salió a la luz. Las sopas humeaban. Sobre el caldo rojizo bailaba un trozo de tocino entreverado. ¡Qué buena gente!-pensó. Todo lo que le estaba sucediendo rompía todos sus esquemas mentales, sin poder de momento resituarse. Devolvió el cuenco a la señora, le estrechó la mano inmensamente agradecido y mirando al cielo les deseó toda suerte de bendiciones.
Esperaba llegar en poco tiempo al santuario de la Virgen de Celada de gran fama en aquella comarca desde los tiempos en que los cristianos ganaron las primeras batallas contra los musulmanes. El dedo parecía muy recuperado por lo que sus deseos se cumplieron. Entró en la pequeña ermita. Al ver la imagen de la Virgen le llamó la atención que la Señora mostrara en la mano una manzana en vez de la bola. ¡Vete a saber! -pensó para sus adentros. Pero el tiempo apremiaba y de nuevo se puso en ruta. De seguida vio la silueta del castillo. Dedujo que estas tierras habían sido línea de frontera de aquella guerra interminable.
Sobre el medio día estaba ya en Otero. Le explicaron que aquellos dominios eran propiedad de un monasterio de monjas que allí había y por eso el pueblo se apellidaba “de las Dueñas”. Desdeñó la idea de ir a pedir limosna al monasterio porque esa gente era poco de dar y mucho de recibir. El tenía su dignidad . Así que se preparó un festín con el último bollo de pan, un trozo de cecina y una pizca de queso. Tampoco había que exagerar y hombre prevenido…Llenó la cantimplora en el caño del pueblo y sin más preparativos reinició la marcha. Por trochas y cañadas reales llegó a Riello bien entrada la tardecica. Se encontró en la plaza con un grupo de mujeres que hacían calceta y hombres que tejían cestas. Todos iban con madreñas: los unos con tarucos en las pellas y las otras con gomas. Le invitaron a compartir charla: él contó alguna anécdota de su vida y los vecinos le explicaron cosas del lugar y alguna que otra historia. Le hablaron de Pandorado y de la Virgen milagrera. Allí podría hacer noche en el cobertizo que usaban los meriteros que subían y bajaban de Babia, algunos pastores locales y a veces cofrades que iban ofrecidos al santuario. Dado que aún había algunos guiños de sol el peregrino decidió subir hasta la ermita a pasar la noche no sin antes pedir un trozo de pan que una mujer de media edad totalmente vestida de negro le trajo al instante. Se despidieron y tomó el sendero que entre robles y escobas ascendía empinado hasta la explanada del templo. No pudo ver la imagen porque la puerta estaba cerrada. Así que se encaminó al cobertizo donde había una especie de mesa hecha con tablones de roble. Se preparó una frugal cena y encima de unos sacos costaleros que había en el rincón se montó una cama peregrina.